El valle benigno

Ernesto Escapa
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El tramo vallisoletano del Pisuerga entretiene su andadura en un vaivén de meandros muy pronto colonizados, como demuestran los lugares de interés arqueológico repartidos en sus márgenes. Sotos prehistóricos, villas romanas y granjas monásticas. El río zigzaguea por un valle amplio que se extiende entre los páramos de Torozos y del Cerrato. Desde que entra en la provincia de Valladolid, por Cubillas y Valoria, los meandros del Pisuerga han conquistado una porción considerable de vega para el río, que por ese procedimiento se hace sitio entre las apreturas del Canal de Castilla, de la moderna autovía y del ferrocarril convencional. La vía de la alta velocidad discurre por la otra orilla, cerca de San Martín. Quienes apreciaron y supieron aprovechar la riqueza de esa franja de terreno fluvial fueron las órdenes monásticas, especialistas también en sacar partido de la corriente a través de la instalación de aceñas, pesqueras y molinos. En unos pocos kilómetros se agrupan los monasterios de San Isidro de Dueñas y de Palazuelos, además de la granja Muedra, dependiente en el pasado de la abadía duriense de Retuerta.


En un pliegue cerrateño, retraído del Pisuerga, se asienta San Martín de Valvení. Los monjes que colonizaron sus tierras lo bautizaron como solar de todas las dichas. Por eso, se conoce indistintamente como valle benigno o apacible. Luego los siglos sucesivos no serían ya tan generosos con este pueblo y su priorato. Así que en el viaje por la historia perdió buena parte de su patrimonio, aunque todavía conserva todo el encanto de un lugar tan cercano como poco conocido.

 

Entre Valoria y Cabezón se abre a la izquierda del río el valle que dio apellido a la localidad de San Martín de Valvení. El pueblo guarda un indudable porte señorial, si acaso perjudicado por la lima del abandono y la inclemencia de los expolios. En su castillo desmantelado consta que descansó el emperador Carlos V durante un viaje a Cevico de la Torre. Pero apenas quedan unos mínimos vestigios de la fortaleza. Hace algo más de sesenta años, su dueño, el marqués de Camarasa, mandó desmontar y acarrear sus sillares para construir una pesquera y otras dependencias en la Granja de Quiñones, abajo junto al Pisuerga. Luego los propios vecinos enterraron otra buena parte de los muros supervivientes como firme de sus calles. A este lado del Pisuerga y antes de llegar al precipicio de los cortados se suceden las granjas. La primera es la granja Muedra. 

 

San Martín conserva bastantes casas de hermosa sillería, algunas de ellas adornadas con vistosos escudos y las más con preocupantes signos de ruina. La iglesia es gótica y cobija una valiosa colección de retablos y una caja de órgano vacía. Algunas ventanas del templo conservan todavía restos de tracerías góticas. Merece la pena la visita a su interior, que muestra en las bóvedas delicadas crucerías y reiterados blasones de los Zúñiga. En la misma plaza se ve la casa rectoral, que se distingue por el reloj de sol de su fachada. Saliendo hacia San Andrés, donde hubo un monasterio benedictino ya en el siglo once, llama la atención una casona que exhibe dos escudos con celada. El anticuario catalán Federico Marés cuenta en sus memorias cómo en 1958 el obispo de Palencia reclamó su visita de negocios a San Martín de Valvení, para venderle la Adoración de los Reyes, un imponente alto relieve de Esteban Jordán, por el que se embolsa 36.000 pesetas. Alertados del expolio por los tanteos previos, los vecinos mostraron su hostilidad ante el despojo, pero sin perder de vista quienes celebraban el negocio. De una parte, el señor obispo palentino, y de otra, el catalán Marés, buen amigo de la dama del Pardo. Desde entonces la pieza luce y puede verse en el Museo Marés de Barcelona.

 

A tres kilómetros y medio de San Martín, valle adelante, se encuentra San Andrés, que actualmente es una granja agrícola. A la derecha destacan las ruinas de lo que fue priorato y luego parroquia y ermita. Como en todo el valle, asombra la destreza en la cantería de los sillares. Entre la amalgama de techumbres vencidas del caserío, llama la atención el muro de sillería de una casona de 1696, con un escudo abacial y otro de Castilla y León, perteneciente a los cistercienses de Palazuelos. El muro está abierto al vacío y sigue en pie porque lo sujeta una estructura de hierro.


A mediados del siglo XIII la comunidad benedictina de San Andrés se trasladó a Palazuelos, al otro lado del río, quedando este lugar como priorato. La ermita destechada preside unas eras amplias y hermosas, con restos de empedrado para la trilla, que son el punto de partida de sugestivas rutas senderistas, bien tomando el rumbo del viejo camino tradicional entre San Andrés y Olmos de Esgueva, al otro lado del páramo del Doctor, bien prosiguiendo por valle benigno arriba, hasta alcanzar la vía pecuaria que conducía los rebaños de merinas desde el descansadero del Carmen Extramuros, en Valladolid, a los pastos de la Sierra de la Demanda. Avanzado sobre el valle, asoma el encinar del Montulillo. Por esta zona, las encinas cubren las laderas de todos los páramos. Quizá por eso, el valle, además de benigno y apacible, también se conoce como Valdencina.