La voz del caserío

Roberto Gris
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Helena Bianco se crió en un caserío de 12 viviendas dirigido por su abuelo Ceferino y su abuela Valentina, a seis kilómetros de Castrillo-Tejeriego. En las noches de fiesta, la pequeña ya amenizaba las noches con sus canciones en torno a una hoguera

Alucinante. Así califica Helena Bianco la visita a la casa donde se crió. Nació el 6 de enero de 1948 en Valladolid, pero hasta los nueve años estuvo viviendo en la Finca Jaramiel, a medio camino entre Villafuerte de Esgueva y Castrillo-Tejeriego. Sus padres residían en la capital, pero decidieron mandarla a casa de sus tíos y sus abuelos. Una finca enorme formada por doce viviendas, donde residían unas 70 personas que funcionaban como un pequeño pueblecito. Con siete hermanos, sus padres no tuvieron más remedio que mandarla al pueblo para que pasara los primeros años de su vida. 


«Yo en el caserío he aprendido lo que no está escrito. Soy muy campera», sonríe Helena. No para de hablar durante todo el viaje desde Valladolid a Castrillo y lo hace con emoción, con sinceridad, con el recuerdo de un tiempo «maravilloso».


Allí pasó su infancia, entre animales, arados, caballerizas, herreros, panaderos y palomares. Hasta los nueve años vivió en el campo, al aire libre, en la naturaleza... Su abuelo Ceferino era el capataz de la finca, 500 hectáreas de terreno pertenecientes al ‘Calero’, el propietario del terreno. «Un lugar precioso». La casa hacía forma de L y en la paneras se guardaban frutas y hortalizas. «Nada se ponía malo». El caserío era completamente autosuficiente. Solo se bajaba a los pueblos a comprar aceite o vinagre porque hasta el pescado llegaba de manos del arroyo Jaramiel, que daba nombre a la finca. 


La infancia de Helena Bianco fue «una gozada». Todo, lo bueno y lo malo ocurría en el caserío. Nos dedicábamos a hacer la comida y el desayuno de mi abuelo, que comía en el campo. «Me iba paseando a media mañana con mis tías  para llevar la comida tanto a mi abuelo como al resto de trabajadores que había en la finca». Cada casa estaba ocupada por seis o siete personas y el valle del Jaramiel se convirtió en el patio de juegos de una niña, que estaba descubriendo la vida.


El campo le proporcionó todo. Los animales incluso le dieron calor en los juegos de las cuadras durante los fríos inviernos entre el adobe y la piedra. En las campas y sembrados, recuerda las fiestas «tremendas» que se organizaban cuando se trillaba. «A mí me encantaba. Me pasaba muchas horas subida al trillo». Aún hoy, las vivencias del caserío marcan muchos de los gestos de la cantante y actriz. Todavía hoy mantiene la costumbre de hacer senderismo gracias a aquellas salidas en busca de berros para la ensalada de los mayores. «Me paso horas buscando setas».


«No me he aburrido jamás durante mi infancia». El afán de la niña Elena Vázquez Minguela era hacer cosas. «Mis tías siempre decían que era muy pesada». Cuando llega al caserío observa que está todo en el suelo. «No venía desde hace cuatro años». Las paredes casi no se mantienen en pie y muchas de las vigas de madera han cedido y los tejados se han venido abajo. Lleva muchos años abandonado, pero no en la cabeza de Helena Bianco. «Yo lo recuerdo en pie».


Con una precisión milimétrica recuerda cuál era su casa. ¿Dónde estaba la panera? ¿Dónde se hacía el queso y el pan? E incluso el pisapapeles del despacho del jefe de su abuelo. «En mi cabeza aún está todo en pie».


La vida era diferente allí. Todo el día lo pasaba en el campo. Corriendo, saltando, montando en bicicleta... Solo iban al pueblo los domingos para ir a misa. «Era obligado besarle la mano al cura». No había coches, se iba a todos los sitios en burro o a caballo. «Para mí era mágico ver al herrero poner las herraduras».


La educación de Helena corrió a cargo de una de sus tías, que daba a clase a un grupo de «diez o doce niños» que vivían en el castillo. «Ella nos lo enseñaba todo y nos daba clases todos los días». A los nueve años, la niña Elena tuvo que regresar a la capital para continuar con su escolarización y perdió el contacto con el pueblo, pero siempre ha continuado yendo aunque fuera poco.


La vida artística de Helana Bianco la ha llevado a Barcelona y Madrid, pero aún recuerda las noches de fiesta con su familia donde cantaba al lado de las casas de Castrillo junto a una buena hoguera. «Ya apuntaba maneras». Y es que pronto se vio que la pequeña Elena era la voz del caserío. 

Un familia muy numerosa, pero que aún hoy perdura

Helena Bianco no para de hablar de su familia. Su abuelo tuvo diez hijos, entre ellos su madre, y sus hermanos eran siete. Una familia muy numerosa dirigida en gran medida por su abuelo Ceferino. «Aún hoy estamos muy unidos y todo ello se debe a mi abuelo», relata. Recuerda que era un hombre «muy recto» y que dirigía todo de una forma especial. «Solo en primos carnales somos más de 40». Y todo procede de la foto situada a la izquierda de estas líneas. Una buena parte de los orígenes de la familia está aquí. Su abuelo, con la escopeta en las manos, era la cabeza visible de los Minguela. Desde el caserío se comercializaba el producto en una tienda que Los Caleros, familia propietaria del terreno, tenía en Valladolid. Todo se hacía bajo su supervisión y ese carácter recio, pero a la vez afable se ha trasmitido de generación en generación. Aún hoy, todos los primos con sus hijos se reúnen alguna vez para festejar junto a una mesa el siempre hecho de continuar juntos. Ahora, con el paso de los años, Helena se muestra orgullosa de haber pasado de estar en brazos de su madre en la instantánea a haberse convertido en uno de los nexos de unión de su familia.