Decepción en Las Ventas

Agencias
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Fandiño cuelga el 'No hay billetes' en la plaza madrileña en su histórico gesto de anunciarse en solitario ante seis ganaderías 'duras', pero el diestro vasco ni siquiera arranca una ovación

 
Las apuestas, aunque se hagan con toda la confianza e ilusión del mundo, a veces salen mal. Y eso es lo que le ocurrió ayer a Iván Fandiño en la plaza de Las Ventas, donde el vasco tiró la moneda al aire en una gesta taurina sin precedentes. Sin embargo, al bravo diestro de Orduña, le salió una cruz que podría marcar el devenir de su temporada, ya que el órdago de independencia y torería lanzado por Fandiño solo con anunciarse en el coso madrileño, con astados de ganaderías toristas y en un día, en principio, tan poco propicio en la capital como el Domingo de Ramos, al final salió como nadie quería ni esperaba.
El gran triunfo del matador de Orduña, y del que puede estar orgulloso, se materializó poco antes de las seis de la tarde, hora de inicio del festejo, cuando en las taquillas del coso de la calle de Alcalá se colgó el cartel de No hay billetes. Más de 19.000 personas unidas por una pasión, precisamente en el día de comienzo de otra, de la Pasión con mayúsculas. Bares y restaurantes de los aledaños de la plaza dieron fe también del interés que el festejo despertó entre los aficionados. 
Casi 20.000 personas que acudieron en masa, para sorpresa de muchos, tanto dentro como fuera de la Fiesta, en Fandiño y en  Medallito II (Partido de Resina), Azafato (Adolfo Martín), Primillo (Cebada Gago), Cumplidor (José Escolar), Garduño (Victorino Martín) y Bonito (Palha), los toros de la tarde. Pero ni uno ni los otros respondieron como si esperaba. En el caso del vasco, faltó cabeza, tranquilidad y variedad, al tiempo que sobró precipitación y, sobre todo, abatimiento. Antes de que saliera el primero incluso, al de Orduña se le notó superado, como si la losa de la responsabilidad hubiera podido con él desde que abrió el portón de cuadrillas. No le ayudaron sus adversarios, es verdad, de los que se esperaba mucho más por sus históricos hierros. Toristas que ni siquiera lo fueron, pues mostraron una alarmante falta de casta y bravura, pecados de rango mayor en ganaderías que llevan por bandera la verdad y la emoción de la Fiesta. Pues ayer, ni con esas.
Salió a saludar Fandiño tras romperse el paseíllo, en la ovación  más fuerte que se escuchó en toda la tarde, al menos dirigida al matador, ya que el picador Israel de Pedro sí que puso a la plaza en pie en el tercio de varas del cuarto del festejo, el astado de José Escolar, que brindó ante el picador uno de los grandes momentos de la tarde. Precioso de estampa el primero, de Partido de Resina, solo servía para ser contemplado. Sin raza y ni fuerza, acusó el mando del diestro vizcaíno en las primeras tandas y se vino abajo. Primera decepción del festejo, aunque algunos de los muletazos más bellos del festejo surgieron ante ese astado.
 
HACIA ABAJO. El de Adolfo Martín, justito para Madrid y al que solo le salvaba la cara, hipotecó el trasteo con su escasez de empuje. Con un adversario más muerto que vivo, el torero vasco empezó a evidenciar que las ideas no fluían por su cabeza a la velocidad que una gesta de esta altura requiere. Estaba espeso y desconfiado, algo impropio de Fandiño, quien siempre destacó por su despejada cabeza delante de los toros. 
No remontó la tarde del Domingo de Ramos ante el de Cebada, abanto de salida y que gazapeó en la muleta, lo que provocó que el matador nunca estuviera cómodo con la pañosa en la mano. Y qué decir de la espada, que tampoco funcionó como se esperaba. Tres decepciones ya.
Parecía que la moneda podía voltearse en el aire, cuando ya se divisaba la cruz, en el cuarto. El de Escolar peleó en varas y la plaza rugió. Todo a favor para el vizcaíno que, aún así, tampoco lo vio claro y se embarulló con la muleta. Era un toro para apostar, y el vasco, con su abatimiento, pareció decir que él ya lo había hecho solo con el gesto de anunciarse en ese cartel. 
Los dos últimos toros del festejo solo prolongaron la agonía de la tarde, del torero y de las casi 20.000 personas que abarrotaron Las Ventas. El paradito de Adolfo, que sustituyó al de Victorino que se lesionó durante la lidia, y el rajado de Palha certificaron la decepción. Que no fracaso, como parecieron indicar los pitos con los que muchos aficionados despidieron al diestro de Orduña que, al menos, tuvo la disposición de lanzar su moneda al aire con un gesto histórico en la capital del toreo. La excepción, al final, se tornó en decepción.