Días de fiesta, días de curro

Óscar Fraile
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Las fiestas de Valladolid son unos días en los que se incrementa el tiempo de ocio para la mayor parte de la población, pero hay otros profesionales y voluntarios que tienen que afrontar un volumen de trabajo superior al resto del año

Para que la maquinaria de las fiestas funcione con la precisión de un reloj suizo, hace falta que el engranaje esté bien engrasado. Y esas tuercas y pequeños tornillos son los miles de vallisoletanos que se multiplican en su trabajo durante estos días para dar servicio a los demás.

Por ejemplo, el refuerzo de los servicios de seguridad y sanitarios es habitual durante las actividades más importantes. Más de diez personas de Protección Civil vigilan en una improvisada caseta en la Plaza Mayor que todo vaya bien durante los conciertos. Lo mismo que sucede durante el desfile de peñas y otras actividades aparentemente menos peligrosas, como el reparto de la tarta de San Lorenzo. Eso sí, siempre coordinados con la Policía Local, Nacional y Bomberos, que son los que tienen las competencias en este terreno.

También se multiplica el trabajo del Servicio de Limpieza. Aunque está muy protocolarizado, en base a la experiencia de años anteriores, los responsables se reúnen antes de las fiestas para coordinar todo el operativo. Solo así se consiguen ‘milagros’ como que la Plaza Mayor luzca reluciente a los pocos minutos de acabar un concierto al que han acudido miles de personas o que las calles recobren la normalidad en pocos minutos después del baño de calimocho y cerveza al que se ven sometidas en el desfile de peñas.

El sector de la hostelería y el ocio es otro de los que multiplica su trabajo durante estos días. De hecho, todos los negocios que participan en la Feria de Día se ven obligados a incrementar su plantilla de forma temporal.

 

Begoña de Castro (trabajadora del Servicio Municipal de Limpieza): «Algunos no utilizan los contenedores en la Feria de Día aunque los tengan al lado»

Begoña de Castro empezó a trabajar en el Servicio Municipal de Limpieza hace unos 15 años. Los siete primeros, en el turno de tarde; y los restantes, en el de mañana. En estos tres lustros ha visto casi de todo y ya está acostumbrada a que la llegada de las fiestas suponga para ella un contraste entre la alegría de vivirlas como ciudadana y la resignación de tenerse que enfrentar a un incremento sustancial de trabajo.

Durante estos días recorre el centro de la ciudad en el camión que recoge la basura por el centro de la ciudad, un servicio que se ha reforzado durante las fiestas por la Feria de Día. «Para mí ya no es un trabajo duro porque lo llevo haciendo muchos años, pero es cierto que la gente todavía no está concienciada con temas como tirar la basura a los contenedores», explica. Puede parecer una norma de urbanidad básica, pero De Castro confirma que en estos días hay mucha gente que piensa que hay carta blanca para todo. También para ensuciar. «Algunos no utilizan los contendores ni aunque los tengan al lado, y otros van muy desfasados», dice. Bien es verdad que no todos los ciudadanos son así. Esta empleada reconoce que buena parte de la población «es muy limpia».

De Castro es muy consciente de que su labor no pasa por ‘educar’ a la gente para que no ensucie, aunque en ocasiones no puede evitar llamar la atención a alguien. «No suelo hacerlo mucho, pero algunas veces sí, porque la gente se pasa mucho... piensan que pueden tirar las cosas al suelo porque ya estamos nosotros para recogerlo», reconoce. Es un riesgo para ella, porque sabe que se expone a una mala contestación. «Es mejor no entrar porque a lo mejor sales escaldada», añade.

En el otro extremo están los ciudadanos educados que no dudan en acercarse a estos trabajadores para agradecerles la importantísima labor que hacen durante estos días. Según ella, la zona que genera más suciedad es la de la zona de la plaza de la Universidad. Un trabajo que se complica por la cantidad de gente que suele haber allí. Aparte de la Feria de Día, la Gastronómica, los botellones de Las Moreras, los conciertos y el desfiles de peñas son las actividades que más trabajo dan a los trabajadores del Servicio de Limpieza.

 

Víctor Gallegos (camarero de la Feria de Día): «Es un trabajo duro, pero los compañeros somos como una familia y eso ayuda» 

Se les ve agobiados por momento detrás de la barra. Corriendo de un lado para otro. Tomando nota a unos mientras cobran al de al lado y tiran una caña. Los camareros de la Feria de Día son una parte fundamental de las fiestas de Valladolid. Víctor Gallegos lleva desarrollando esta labor desde hace 15 años en la caseta del restaurante Fierabras, instalada en la plaza de la Universidad. Al principio estos ingresos le venían muy bien porque no tenía trabajo. Ahora, este programador informático reserva parte de sus vacaciones para estar diez días detrás de la barra. Y no lo hace solo por el dinero, sino por estar junto a la «familia» en la que se han convertido. «Es un trabajo duro porque estás ocho horas de pie y moviéndote todo lo rápido que puedes sin que eso te pueda afectar al trato con el cliente, pero si lo llevas bien y eres una persona abierta, no hay problema», explica. Y eso que a veces tienen que lidiar con la mala educación de algunos clientes. «Alguno hay, de esos que te llaman silbándote, pero nosotros tenemos claro que nuestro trato hacia ellos tiene que ser perfecto, con una sonrisa y una respuesta agradable», opina.

Pese a todo, a Gallegos le gusta este trabajo. Quizá influya que el ambiente con los compañeros es «muy bueno». Un aspecto muy importante si se tiene en cuenta que tiene que compartir con ellos muchas horas en un espacio muy reducido. A veces, en hora punta, pueden llegar a juntarse 20 trabajadores en la caseta. La mitad de ellos se conocen desde hace muchos años, aunque su relación se ciña a estos diez días.

Se podría pensar que un trabajo como este terminar por hacer que los camareros aborrezcan la Feria de Día y no quieran saber nada de ella cuando están en su tiempo libre. Nada más lejos de la realidad. «Es el mayor acierto de las fiestas y, de hecho, siempre me doy una vuelta por las casetas antes de entrar a trabajar en la mía y voy a comer un pincho cuando hacemos el parón de mediodía», dice. Además, reconoce que este esfuerzo «compensa económicamente».

Cuando acaba el día es incapaz de calcular la cantidad de chapatinas de rabas que ha servido. Y ahí empiezan las verdaderas fiestas para él. «Lo que más me gusta son las actividades que se programan en la Acera de Recoletos», concluye.

 

Natalia Pérez (voluntaria en Protección Civil): «Que alguien me dé las gracias por haberle ayudado es algo que me llena» 

Natalia Pérez trabaja como auxiliar de enfermería en una clínica dental, pero desde hace años dedica buena parte de su tiempo libre a ejercer como voluntaria para Protección Civil. Actualmente es la secretaria a nivel ejecutivo y jefa de grupo a nivel operativo. Es decir, su labor actual pasa por coordinar todos los servicios, especialmente en fechas como la de la Feria y Fiestas de la Virgen de San Lorenzo. Este año se ocupa de cubrir todas las actividades organizadas en la Plaza Mayor, especialmente los conciertos, que son los que generan más incidentes, aunque están dispuestos para ayudar allá donde se les necesite. «Además de los conciertos, también hemos estado en el Récord Guinness de las peñas y la degustación de la tarta de San Lorenzo», explica.

Su trabajo siempre está coordinado con la Policía Local, Nacional, Cruz Roja y Bomberos y tiene muchas variantes. Por ejemplo, colaboraron en el corte del acceso a la Plaza Mayor durante el concierto de los exconcursantes de Operación Triunfo, pero ese día también tuvieron que atender a personas que sufrieron lipotimias o padres que habían perdido a sus hijos.

En los tiempos que corren, que una persona dedique su tiempo libre a ayudar a los demás de forma desinterasada es casi un milagro. Pero Pérez da valor a cosas que van mucho más allá de lo material. Por ejemplo, el hecho de poder adquirir conocimientos cuando realizar esta labor. Y también la satisfación de que alguien te dé las gracias cuando le ayudas. «El formarme para poder ayudar a la gente es una buena motivación para ser voluntaria, y después, que me den las gracias también me llena bastante, es algo que te engrandece como persona», asegura. Dicen que los vallisoletanos en particular, y los castellanos y leoneses en general, son secos, poco dados a muestras de afecto, pero la experiencia ha demotrado a Pérez que son muy agradecidos cuando alguien les presta su ayuda.

Pese al ritmo frenético que impone su trabajo y el de voluntaria, al que no renuncia durante el resto del año, esta auxiliar de enfermería todavía saca tiempo para disfrutar de las fiestas. Sobre todo para estar con su familia.

 

Marcelino González 'Cholo' (feriante): «Reconozco que la feria es cara, pero a mí abrir la taquilla me cuesta 7.000 euros»

Marcelino González, más conocido como ‘Cholo’, lleva trabajando en la feria toda una vida. De hecho, sus padres y sus abuelos ya se dedicaban a ello y él decidió seguir sus pasos, pese a haberse formado en el campo de la electrónica. «Lo llevo en la sangre», reconoce. No le importa, por ejemplo, tener que estar medio año fuera de su Valladolid natal. De ciudad en ciudad. Montando y desmontando la atracción. Él tiene dos: Eurolandia, en la que los niños pueden montar sobre trineos con figuras de renos; y Aerospacial David, en la que montan en unas naves espaciales.

Reconoce que la feria era mucho más rentable antes. Curiosamente, cuando era más barata para los clientes. «Pese a la crisis, seguimos pagando lo mismo por instalarnos aquí», dice. Según él, solo en impuestos municipales y facturas, paga 5.300 euros por cada atracción, a lo que hay que sumar el coste de dos personas contratadas, el camión, seguros de responsabilidad civil, etcétera. «Cada viaje cuesta tres euros, la gente dice que es caro, y tiene razón, pero es que abrir la taquilla a mí me cuesta 7.000 euros», explica. Eso sí, también reconoce la calidad de las instalaciones y servicios que se ofrecen en Valladolid. «Es uno de los mejores recintos feriales de Europa y la gente no lo valora», añade. ¿Por qué? Por detalles como disponer de un médico desde que se abre hasta que se cierra. «Eso no existe en casi ningún sitio y lo tenemos en Valladolid», señala.

‘Cholo’ se levanta en torno a las 9.00 horas. Todas las mañanas las dedica a labores de mantenimiento y a comprobar a que todo esté a punto. Como todos los feriantes, come con su familia en la caravana y después no perdona una pequeña siesta de media hora antes de abrir, a las 17.00 horas. Allí está hasta la hora del cierre, que puede llegar a las 2.00 horas.

Este feriante mira al pasado con cierta nostalgia, sobre todo porque la situación económica de los feriantes era mucho más desahogada que ahora. De hecho, nunca se arrepintió de haber elegido la feria en lugar de algún trabajo relacionado con lo que estudió, aunque ahora se lo volvería a plantear.